En lo alto de la litera de este autobus de kamikaz conductor, surcamos el aire cercano a la carretera, camino a Bangalore desde la querida Gokarna. Fruta, chocolate y valium me permiten mantenerme calmado en este viaje hacia un suicidio en masa, Entro ahora, después de contemplar la locura desde la ventana abierta donde medio cuerpo fuera me permitía fumar un cigarro mientras escuchaba una canción que ya no recuerdo. De izquierda a derecha los bandazos se suceden al caprichoso ritmo del azar de las luces de los automóviles, que circulan directos hacia nosotros, sólo en el último instante, por el momento, evitamos el seguro choque.
Mis dedos, más lentos aun que mi pensar, se desplazan despacio por este teclado que salta con mortal movimiento en este nicho sin flores.
Cambio de música, Control Machete canta: «suficiente son los problemas de un solo día como para preocuparse por el futuro, cuál, olvidamos que para poder llegar al otro lado, hay que derribar el primero de los muros» y yo me pregunto si con esta caja de hierro podremos atravesar alguno. Sin prisa, mis ojos caen en paraísos farmacéuticos, cada centímetro de mi piel respira desde el vacío de una noche cualquiera, de un viaje más.
Vuelvo ahora de nuevo a la litera que había abandonado al grito de «Dinner» Parece que el valium pegó más fuerte de lo percibido por mi cerebro ausente. Después de un suculento huevo cocido, delibero sobre la posibilidad de tomar una dosis más de mi compañera de viaje por estás horas de incertidumbre. No por vicio sino como precaución, no vaya ha sufrir una intoxicación alimetaria por salmonela. Después de un largo trabajo de búsqueda y ya encontrada la pastilla de mis sueños, me siento más seguro frente a posibles ataques estomacales.
Intento sacar la cámara para ilustrar este texto, pero decido dejarlo para más tarde debido a la incapacidad para coordinar mis movimientos.
Explicación a todo ésto, no encuentro, así que quizá sea escrito por el placer de escribirlo. Por dejar soñarme despierto mientras comparto conmigo mismo lo que quizá mañana regale a todos aquellos que tengan la paciencia de leerme.
Vuelvo a cambiar de música, bajo el volumen y deliro olvidando ya el peligro de un viaje del que estuve seguro no saldría indemne. Siento el cosquilleo de la droga comprada en una mezcla de farmacia/ferretería, sin encontrar una posición que no me traslade de una esquina a otra, que no golpee mi cabeza contra un duro techo de un material que no logro indentificar.
Definitivamente dejo atrás la idea de tomar la cámara, alguien, imagino el conductor, me ha dejado a oscuras. La luz de la pantalla y yo. Vaya, si al final me voy a poner romántico. Sería absurdo, me quedaría dormido en cinco minutos y mañana me tendría que justificarme frente a ella. Mejor dejamos claras las cosas desde el principio. Uffff, que complejo mantenerme despierto en esta agradable penumbra que me llama con invitación onírica. Esfuerzo, esfuerzo , que desde niño, me contaron siempre venía acompañado de recompensa. Pero que mejor premio que el de caer muerto en vida por una noche de soledad compartida con la nada misma. Creo recordar que hay en mi mochila un lungui con que taparme sobre este cómodo colchón usado por tantos otros, que tal vez sintieron como yo o que lloraron ante la despedida del amor encontrado en una playa que nunca los volverá a unir a pesar de tantas promesas postcoitales.
En este mismo momento, tras echar las cortinas que me unían a los otros no presentados, ya sólo me queda la fulminante idea de seguir escribiendo sin mover un solo dedo. Ya mañana, si llegamos, intentaré hacer unas fotos que si no representan todo ésto, algo contarán sobre cualquier cosa, quizá absurda, que si me apetece, convertiré en verdad para todos vosotros, que no tenéis forma de descifrar todo lo aquí acontecido.
Buenas noches y buena suerte.